NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA*
Fiesta
— Alegría en el Nacimiento de Nuestra Señora.
— La fiesta de hoy nos lleva también a mirar con hondo respeto la concepción
y nacimiento de todo ser humano.
— El valor de los días corrientes.
I. Celebremos con alegría el Nacimiento de María, la Virgen: de Ella salió el
Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios.
La invitación a la alegría de los textos litúrgicos es constante desde los
antiquísimos comienzos de esta fiesta. Es lógico que así sea: si se alegran la
familia y los amigos y vecinos cuando nace una criatura, y si se celebran los
cumpleaños con júbilo, ¿cómo no nos íbamos a llenar de alegría en la
conmemoración del nacimiento de nuestra Madre? Este acontecimiento feliz nos
señala que el Mesías está ya próximo: María es la Estrella de la mañana que, en la
aurora que precede a la salida del sol, anuncia la llegada del Salvador, el Sol de
justicia en la historia del género humano. «Convenía señalar un antiguo escritor
sagrado que esta fulgurante y sorprendente venida de Dios a los hombres fuera
precedida de algún hecho que nos preparara para recibir con gozo el gran don de
la salvación. Y este es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el
Nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de todo este cúmulo de bienes (…).
Que toda la creación, pues, rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría
propia de este día. Cielo y tierra se aúnen en esta celebración y que la festeje con
gozo todo lo que hay en el mundo y por encima del mundo».
La Liturgia de la Misa de hoy aplica a la Virgen recién nacida el pasaje de la
Carta a los Romanos en el que San Pablo describe la misericordia divina que elige
a los hombres para un destino eterno: María, desde la eternidad, es predestinada por
la Trinidad Beatísima para ser la Madre de su Hijo. Para este fin fue adornada de
todas las gracias: «El alma de María fue la más bella que Dios creó, de tal manera
que, después de la encarnación del Verbo, esta fue la obra mayor y más digna que el Omnipotente llevó a cabo en este mundo». La gracia de María en el momento
de su concepción sobrepasó las gracias de todos los santos y ángeles juntos, pues
Dios da a cada uno la gracia que corresponde a su misión en el mundo. La inmensa
gracia de María fue suficiente y proporcionada a la singular dignidad a la que Dios
la había llamado desde la eternidad. Fue tan grande María en santidad y belleza
expone San Bernardo, que no convenía que Dios tuviese otra Madre, ni convenía
tampoco que María tuviese otro Hijo que Dios. Y San Buenaventura afirma que
Dios puede hacer un mundo mayor, pero no puede hacer una madre más perfecta que
la Madre de Dios.
Recordemos hoy también nosotros que hemos recibido de Dios una llamada a
la santidad, a cumplir una misión concreta en el mundo. Además de la alegría que
nos produce siempre el contemplar la plenitud de gracia y la belleza de Nuestra
Señora, también debemos pensar que Dios nos da a cada uno las gracias necesarias
y suficientes, sin que falte una, para llevar a cabo nuestra vocación específica en
medio del mundo. También hoy podemos considerar que es lógico que deseemos
festejar el aniversario del propio nacimiento nuestro cumpleaños porque Dios quiso
expresamente que naciéramos, y porque nos llamó a un destino eterno de felicidad y
de amor.
II. Que se alegre tu Iglesia, Señor (…), y se goce en el nacimiento de la Virgen
María, que fue para el mundo esperanza y aurora de salvación.
¿Cuántos años cumple hoy Nuestra Madre?… Para Ella el tiempo ya no pasa,
porque ha alcanzado la plenitud de la edad, esa juventud eterna y plena que nace de
la participación en la juventud de Dios que, según nos dice San Agustín, «es más
joven que todos», precisamente por ser eterno e inmutable. Quizá hemos podido
ver de cerca la alegría y la juventud interior de alguna persona santa, y contemplar
cómo de un cuerpo que llevaba el peso de los años surgía una juventud del corazón
con una energía y una vida incontenible. Esta juventud interior es más honda cuanto
mayor es la unión con Dios. María, por ser la criatura que más íntimamente ha estado
unida a Él, es ciertamente la más joven de todas las criaturas. Juventud y madurez se
confunden en Ella, y también en nosotros cuando vamos derechamente, hacia Dios que nos rejuvenece cada día por dentro y, con su gracia, nos inunda de alegría.
Desde su adolescencia, la Virgen gozó de una madurez interior plena y
proporcionada a su edad. Ahora, en el Cielo, con la plenitud de la gracia
la que alcanzó con sus méritos uniéndose a la Obra de su Hijo nos contempla y presta
oído a nuestras alabanzas y a nuestras peticiones. Hoy escucha nuestro canto de
acción de gracias a Dios por haberla creado, y nos mira y nos comprende porque Ella
-después de Dios es quien más sabe de nuestra vida, de nuestras fatigas, de nuestros
empeños.
Todos los padres piensan cuando nace un hijo que es incomparable. También
debieron de pensarlo San Joaquín y Santa Ana cuando nació María, y ciertamente no
se equivocaban. Todas las generaciones la llaman bienaventurada… «No podían
sospechar aquel día, Joaquín y Ana, lo que había de ser aquel fruto de su limpio
amor. Nunca se sabe. ¿Quién puede decir lo que será una criatura recién nacida?
Nunca se sabe…».
Cada una es un misterio de Dios que viene al mundo con un
específico quehacer del Creador.
La fiesta de hoy nos lleva a mirar con hondo respeto la concepción y el
nacimiento de todo ser humano, a quien Dios le ha dado el cuerpo a través de los
padres y le ha infundido un alma inmortal e irrepetible, creada directamente por Él
en el momento de la concepción. «La gran alegría que como fieles experimentamos
por el nacimiento de la Madre de Dios (…) comporta a la vez, para todos nosotros,
una gran exigencia: debemos sentirnos felices por principio cuando en el seno de
una madre se forma un niño y cuando ve la luz del mundo. Incluso cuando el
recién nacido exige dificultades, renuncias, limitaciones, gravámenes, deberá ser
siempre acogido y sentirse protegido por el amor de sus padres». Todo ser
humano concebido está llamado a ser hijo de Dios, a darle gloria y a un destino eterno
y feliz.
Dios Padre, al contemplar a María recién nacida, se alegró con una alegría
infinita al ver a una criatura humana sin el pecado de origen, llena de gracia,
purísima, destinada a ser la Madre de su Hijo para siempre. Aunque Dios concedió a
Joaquín y a Ana una alegría muy particular, como participación de la gracia
derramada sobre su Hija, ¿qué habrían sentido si, al menos de lejos, hubieran
vislumbrado el destino de aquella criatura, que vino al mundo como las demás? En
otro orden, tampoco nosotros podemos sospechar la eficacia inconmensurable de
nuestro paso por la tierra si somos fieles a las gracias recibidas para llevar a cabo
nuestra propia vocación, otorgada por Dios desde la eternidad.
III. Ningún acontecimiento acompañó el Nacimiento de María, y nada nos
dicen de él los Evangelios. Nació, quizá, en una ciudad de Galilea, probablemente
en el mismo Nazareth, y aquel día nada se reveló a los hombres. El mundo seguía
dándole importancia a otros acontecimientos que luego serían completamente
borrados de la faz de la tierra sin dejar la menor huella. Con frecuencia, lo importante
para Dios pasa oculto a los ojos de los hombres que buscan algo extraordinario para
sobrellevar su existencia. Solo en el Cielo hubo fiesta, y fiesta grande.
Después, durante muchos años, la Virgen pasa inadvertida. Todo Israel
esperaba a esa doncella anunciada en la Escritura [17] y no sabe que ya vive entre los
hombres. Externamente, apenas se diferencia de los demás. Tenía voluntad, quería,
amaba con una intensidad difícil de comprender para nosotros, con un amor que en
todo se ajustaba al amor de Dios. Tenía entendimiento, al servicio de los misterios
que poco a poco iba descubriendo, comprendía la perfecta relación que había entre
ellos, las profecías que hablaban del Redentor…; y entendimiento para aprender
cómo se hilaba o se cocinaba… Y tenía memoria guardaba las cosas en su corazón
[18] – y pasaba de unos recuerdos a otros, se valía de referencias concretas. Poseía
Nuestra Señora una viva imaginación que le hizo tener una vida llena de iniciativas
y de sencillo ingenio en el modo de servir a los demás, de hacerles más llevadera la
existencia, a veces penosa por la enfermedad o por la desgracia… Dios la
contemplaba lleno de amor en los menudos quehaceres de cada día y se gozaba con
un inmenso gozo en estas tareas sin apenas relieve.
Al contemplar su vida normal, nos enseña a nosotros a obrar de tal modo que
sepamos hacer lo de todos los días de cara a Dios: a servir a los demás sin ruido, sin
hacer valer constantemente los propios derechos o los privilegios que nosotros
mismos nos hemos otorgado, a terminar bien el trabajo que tenemos entre manos…
Si imitamos a Nuestra Madre, aprenderemos a valorar lo pequeño de los días iguales,
a dar sentido sobrenatural a nuestros actos, que quizá nadie ve: limpiar unos muebles,
corregir unos datos en el ordenador, arreglar la cama de un enfermo, buscar las
referencias precisas para explicar la lección que estamos preparando… Estas
pequeñas cosas, hechas con amor, atraen la misericordia divina y aumentan de
continuo la gracia santificante en el alma. María es el ejemplo acabado de esta
entrega diaria, «que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda al Señor».
Bajo diversas advocaciones, muchos pueblos y ciudades celebran hoy su
fiesta, con intuición acertada, pues «si Salomón enseña San Pedro Damián, con
motivo de la dedicación del templo material, celebró con todo el pueblo de Israel
solemnemente un sacrificio tan copioso y magnífico, ¿cuál y cuánta no será la alegría
del pueblo cristiano al celebrar el nacimiento de la Virgen María, en cuyo seno, como
en un templo sacratísimo, descendió Dios en persona para recibir de ella la naturaleza
humana y se dignó vivir visiblemente entre los hombres?. No dejemos de
festejar hoy a Nuestra Señora con esas delicadezas propias de los buenos hijos.
* Desde muy antiguo se tienen noticias de esta fiesta de la Virgen, primero
en Oriente y luego en la Iglesia universal. Esta festividad, en la que se conmemora
el nacimiento de la que habría de ser la Madre de Dios, y también Madre nuestra,
está llena de alegría. Su llegada al mundo es el anuncio de la Redención ya próxima.
Muchos pueblos y ciudades, bajo diversas advocaciones, celebran hoy a su Patrona.