“GERMINARÁ”

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Por Alejandra Ma Sosa E

 

Tuvieron que dejar la cámara encendida día y noche durante quién sabe cuánto tiempo, para poder captar lo que hasta entonces nadie había podido contemplar así, sin interrupción: cómo surge de la tierra y crece y se desarrolla una planta.

 

Quizá alguna vez has visto ese documental en la televisión; presentado a gran velocidad muestra en segundos lo que tarda semanas o meses en suceder: el instante en que asoma un primer brote verde, que va saliendo, subiendo, como un delgado tallo al que de pronto le surgen ramificaciones que se extienden y se enroscan y se llenan de hojas y luego de flores.

 

Es algo asombroso que sólo puede verse así porque en ‘vivo y en directo’ resultaría imposible.

Al respecto recuerdo un experimento que hicimos en el kinder: pusimos en un vaso de vidrio un algodón mojado al centro rodeado de un cartón, y entre el vaso y el cartón humedecido, unos granitos de frijol.

 

Dejamos el vaso en el borde de la ventana del salón y cada día al entrar corríamos a ver si ya había brotado algo, esperando quizá ver una planta que trepara a las nubes como en el cuento de ‘Juanito y los frijolitos mágicos’, pero nada, seguía igual.

 

La maestra le ponía agüita al algodón y nos animaba a no desesperar, sin embargo la repetida decepción hizo que perdiéramos interés hasta que un día, cuando menos lo pensábamos, nos encontramos al llegar con que los frijolitos habían reventado durante el fin de semana y ya asomaban unas raicitas blancas y unos brotecitos verdes.

 

Hubo entonces que sembrarlos en una maceta y de nuevo aguardar a que crecieran, pero esta vez con la confianza cierta de que aunque el proceso fuera lento, era seguro.

 

Me acordé de esto al leer el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mc 4, 26-34).

 

Dice Jesús que el Reino de los Cielos se parece a lo que sucede cuando se siembra una semilla, que sin que el que la sembró sepa cómo, al pasar las noches y los días ésta germina y crece y da fruto.

 

¿Qué significa esto en nuestra vida de fe? Algo muy esperanzador: que podemos tener la certeza de que todo cuanto hemos hecho, hacemos hoy o hagamos en el futuro por el Reino de Dios, germinará y dará fruto. Y decir todo, es todo. Hasta lo más pequeño, lo más insignificante, lo que pasa desapercibido para todos no pasa desapercibido para Dios y Él se encarga de hacerlo fructificar.

 

Cada mirada comprensiva, cada sonrisa, cada palabra de aliento o de perdón, cada favor, cada gesto de amistad, de solidaridad, de fraternidad; cada vez que actuamos con paciencia, tolerancia, caridad; cada vez que nos negamos al rencor, a la venganza, a la injusticia, a la discriminación, quizá no fue notado por nadie, apreciado por nadie, quizá parece un esfuerzo estéril, pero es semilla fértil en las manos de Dios. Podemos tenerlo por seguro.

 

Aunque, eso sí, germinará sin que sepamos cómo ni cuándo, lo cual quiere decir que no podemos apresurar ni forzar el proceso. Recuerdo que un niño quiso ayudar a su plantita a crecer y le dio un tirón, pero sólo consiguió dañarla; otro le echó más agua y la ahogó; una niña que había oído que hay que hablarles a las plantas se dedicó a platicarle a la suya pero sólo logró atarantar a la maestra, y hubo varios que pensando que si un poco de sol era bueno, más sol era mejor, pusieron sus vasos afuera pero se les secaron los algodones y se les quemaron las semillas.

 

Y es que por más que queramos ver pronto los resultados de nuestros esfuerzos: la conversión instantánea de nuestros seres queridos no creyentes, la desaparición repentina de un defecto propio o ajeno, la veloz transformación de una situación mala en una buena, las cosas no suelen suceder según nuestra prisa sino según la sabia voluntad de Dios, que hoy en Su Palabra nos asegura no sólo que la semilla germinará sino que, así como sucede con una semilla de mostaza, del minúsculo principio se llegará a algo asombrosamente grande (ver Mc 4,30-32).

El asunto es sembrar las semillas que Dios nos da, perseverar en la siembra y dejar la cosecha enteramente a Él.

 

Y si alguna vez sientes la tentación de arrojar la toalla pensando que tus esfuerzos por vivir cristianamente, por educar a los tuyos en la fe, por dar un testimonio a tu comunidad no sirven de nada, no pueden nada, se estrellan como contra un muro, aplica la parábola de Jesús a tu experiencia en la ciudad y considera que lo que haces por el Reino se parece a lo que sucede con una banqueta cuyos enormes y pesados bloques de concreto han sido rotos y levantados nada menos que por las raíces de un árbol que primero fue una semilla insignificante, pero germinó, brotó, creció y poquito a poquito, a través de mucho tiempo y sin que nadie se diera cuenta, fue, milímetro a milímetro, desarrollándose, ganando terreno y cobrando fuerza, hasta que logró lo increíble, quién lo iba a pensar, desplazar lo que parecía inamovible…