¿ERES PROFETA?”

0
378

 

Por Alejandra Ma Sosa E

 

Si te enteras de que a alguien lo despidieron o sancionaron por no cumplir bien la chamba que le encomendaron, puede ser que escuches la noticia con cierta compasión, con absoluta indiferencia o incluso con un justiciero pensamiento: ‘se lo merecía’.

 

¡Ah!, pero si entonces te enteras de que a esa persona despedida o sancionada le habían encomendado exactamente la misma chamba que te han encomendado a ti, de seguro verías las cosas desde otro ángulo y te preocuparías por averiguar qué fue lo que hizo mal para no caer tú en el mismo error ni correr su misma suerte.

 

Pues bien, una preocupación semejante es la que podemos sentir al leer el trozo del libro del Deuteronomio que se proclama este domingo en Misa como Primera Lectura (ver Dt 18, 15-20): Dios advierte que será reo de muerte el profeta que se atreva a decir en Su nombre lo que Él no le haya mandado, o hable en nombre de otros dioses.

 

Pero vamos por partes. ¿Qué es un profeta, y por qué habría de preocuparnos lo que le suceda?

 

Un ‘profeta’ es aquel que habla en nombre de Dios, que va de Su parte a anunciar Su Palabra, a dar a conocer Su voluntad. ¿Qué tiene eso que ver con nosotros?, ¡mucho!, eso de ser profeta no es cosa del pasado ni algo que concierna solamente a sacerdotes o religiosas: en el Bautismo recibimos la gracia y la encomienda de ser profetas, es decir, de convertirnos en algo así como ‘voceros’ de Dios, dispuestos siempre a comunicar lo que Él desea dar a conocer: Su amor, Su misericordia, Su invitación a que renunciemos al pecado y abramos el corazón al don de la salvación que Él nos ofrece.

 

Sobra decir que, como todo vocero que se respete, un buen profeta debe limitarse a anunciar lo que el Señor le pide que anuncie y de ninguna manera puede dar un mensaje que contradiga lo que el Señor dijo, así como tampoco puede anunciar algo que el Señor no le haya dicho o no le haya mandado que dijera. Lamentablemente es de lo más común que los ‘profetas’ olvidemos este principio elemental y caigamos en las dos graves faltas que se citan en la mencionada Lectura:

 

  1. Decir en Su nombre lo que Él no le haya mandado.

 

¡Cuántas veces damos consejos con criterios del mundo y no con los de Dios!

 

Solemos citar las Escrituras torciendo su significado para que respalde lo que queremos hacer, decir, dejar de hacer, etc. Por ej: ‘Dios dijo: ámense unos a otros, yo amo a fulano aunque sea el marido de otra, así que estoy haciendo lo que Dios quiere de mí’. ‘En la Biblia dice: ojo por ojo, así que voy a desquitarme y a darle en la torre a perengano’. ‘En la Escritura dice que la fe salva, así que no tengo que portarme cristianamente, basta con creer en mi mente y ya me salvé para siempre sin importar lo que haga’.

 

  1. Hablar en nombre de otros dioses.

 

Con demasiada frecuencia en lugar de hablar inspirados por Dios nos dejamos inspirar por los dioses que nos hemos edificado y a los que obedecemos y servimos: el poder, la avaricia, el placer, el consumismo, el resentimiento, el temor al qué dirán, la libertad como valor supremo… Vamos por ahí hablando en su nombre, aconsejando en su nombre, permitiendo que sus patéticos pequeños reinos se establezcan en nuestro corazón y, por lo tanto, en nuestro mundo…

 

Como se ve estamos en continuo riesgo de fallar a nuestra vocación de profetas y convertirnos en ‘voceros’ de intereses muy ajenos a Dios. ¿Qué puedes tú hacer para no defraudar a Aquel que te ha encomendado la misión de ir en Su nombre por el mundo?

 

Para empezar conviene que tengas claro que esta ‘chamba’ es vitalicia y no tiene horas de descanso ni vacaciones. Estás llamado a ejercerla los 365 días del año; estás llamado a pensar, hablar y actuar siempre como profeta, es decir, como alguien que hace presente a Dios en su vida cotidiana, que recuerda a otros lo que Él nos ha enseñado, que anima a todos a vivir conforme a los criterios divinos, no mundanos. Eso sí, ten presente que los profetas no suelen ser muy populares que digamos (no siempre quienes viven habituados a lo oscuro aprecian a quien les enciende la luz). Tú persevera y no dejes que nada te desanime.

 

Hazte siempre esta pregunta: ‘con esto que estoy pensando, comentando o haciendo, ¿me estoy comportando como enviado de Dios, como profeta suyo?, ¿estaría Él de acuerdo con lo que estoy elucubrando, expresando o realizando?, ¿lo avalaría o lo rechazaría? Asegúrate de basar tu razonamiento en algún texto de la Escritura debidamente interpretado, dentro de su contexto, por el Magisterio de la Iglesia Católica (recuerda que el Señor la fundó y prometió enviarle el Espíritu Santo para guiarla hacia la verdad y recuerda también que, como dice San Pedro, ningún texto de la Escritura es para interpretación privada: si empleas tu solo criterio, puedes errar).

 

Sólo cabe añadir que para ser buen profeta conviene imitar buenos ejemplos: confiar como Jeremías, en que el Señor estará contigo a donde quiera que te envíe; pedir, como Isaías, que mañana tras mañana despierte en ti un oído de discípulo, pues para hablar en Su nombre, has de aprender primero a escucharlo…

 

(del libro de Alejandra Ma Sosa E “El regalo de la Palabra’, Colección ‘Vida y fe’, vol. 3, Ediciones 72, México, p. 36).