El hombre creado por amor es la obra más excelsa de la creación y en donde Dios ha plasmado de manera palpable su imagen y semejanza
El Padre ha dado al hombre una vida que tiene un comienzo, pero no final, porque el hombre lleva en sí mismo la huella de la inmortalidad, para que después de esta vida siga gozando el cielo anticipado que comenzó a vivir aquí en la tierra.
La muerte no es final, sino un paso inevitable que todos los hombres tenemos que dar. El miedo que se siente ante este acontecimiento es normal, porque Dios no nos ha creado para morir; nos ha creado para vivir eternamente.
Enfermedad y muerte entraron en el mundo por envidia del Demonio, autor e inspirador de todo mal que aqueja al hombre, desde su caída voluntaria en el pecado.
Las epidemias no son fruto de la ira de Dios, ni son castigos o advertencias para que el hombre vuelva a su amor, (aunque lo digan supuestos teólogos) porque Dios, siendo amor infinito, no puede cautivar a las almas con terror.
Dios atrae a las almas con amor. Por eso es que, enviándonos a su Hijo, por su medio nos dijo que él es misericordia, ternura y compasión.
Jesús, sanando a los enfermos en el nombre de Dios, con la fuerza del Espíritu Santo, convirtió su dolor en paz, tranquilizó a los Apóstoles que en la barca gritaban con miedo y pavor, diciéndoles que no estaban solos en esa tribulación y, como bálsamo suave, remedió su situación.
En esta epidemia que solo Dios sabe de dónde ha venido, si por mero y cruel egoísmo del hombre, inspirado por el Demonio para someter a su prójimo, o por no respetar lo creado y las cadenas alimenticias puestas por el Creador.
La Trinidad Santa ahora y siempre pedirá y
-pide que seamos vidas en amor para nosotros mismos y para los demás;
– pide que seamos las manos de Jesús para socorrer al hermano que sufre por la enfermedad;
-pide que seamos la providencia del Padre para las familias que no tienen en su mesa un pan con que saciar su hambre;
-pide que seamos caricias amorosas para los hermanos que se sienten solos y abandonados, estando pendientes de ellos;
-pide que seamos el amor vivo de Dios, encarnado en nuestros corazones.
En este grave momento y en situaciones similares la mente humana se cuestiona y la pregunta es fácil de formular: ¿Dónde está Dios? ¿Y por qué no viene en nuestro auxilio? Si hay fe, la respuesta es sencilla y obvia.
Dios está en todo lugar, porque es inmenso y todopoderoso, pero especialmente
Dios está en tu interior, esperando a que te dejes envolver por su amor.
“Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él…”, nos dijo Jesús.
Dios vive en ti, porque tú eres su morada, ahí está Dios, habitando en ti; está en tu hermano enfermo,
en el que sufre por no tener qué comer,
en el que se siente solo porque no tiene a nadie.; ahí está Dios.
Está en nuestros médicos, enfermeras, auxiliares de la salud y gobernantes que cuidan con amor a las víctimas de este virus.
Está en aquellos que, arriesgando su vida, la donan en los asilos, conventos, y en los que trabajan para que nada nos falte.
Está en ti cuando le reflejas y en un acto de amor tratas bien a tus semejantes en casa, y cuidas de tus hijos, padres, hermanos y necesitados.
Ahí está Dios, en esos sagrarios vivos, que son ellos y eres tú, y habita en el interior.
No puedes ir al templo, porque hay que cuidar el cuerpo que Dios nos ha dado,
Cierra tus ojos, interiorízate un momento y háblale en lo secreto de tu corazón, porque recuerda que Jesús dijo: “Mi Padre conoce los secretos del corazón, y lo que pidan en mi nombre os lo concederá.”
Dios está en ti y en el hermano que está a tu lado. Sé una prolongación de su amor, viviendo tu vida en amor.