
Según notas periodísticas, Wuhan fue el epicentro de la pandemia de coronavirus que vive el mundo y, mientras la ciudad retorna lentamente a la normalidad, las autoridades enfrentan ahora un nuevo desafío: destruir toneladas de equipos médicos y desechos hospitalarios que fueron usados para tratar a los pacientes infectados con el COVID-19.
Las localidades en la provincia central de Hubei, donde se encuentra Wuhan, también enfrentan dificultades para manejar los desechos producidos durante el brote infeccioso y se han visto obligados a reclutar incineradores, hornos industriales y hornos de cemento para destruir todo este material.
La escasez de personal y equipos para tratar apropiadamente los desechos hospitalarios de manera segura también ha sido un reto tras atender a más de 67.800 pacientes infectados, de los cuales 3.187 murieron, según las cifras oficiales del Partido Comunista de China (PCCh).
Sin embargo, esas estadísticas han sido ampliamente cuestionadas a nivel internacional y por varios lugareños de Wuhan que anónimamente han hablado con los medios y confirmado que las cifras son mucho más abultadas de lo que reporta el PCCh.
La crisis, cualquiera sea el número real de casos y fallecidos, llevó a los servicios de salud locales más allá del límite y obligó al gobierno a construir hospitales nuevos desde cero, convertir centros de exposiciones en salas improvisadas para atender pacientes y enviar miles de trabajadores médicos y soldados a la región.
En México y otros países la situación comienza a complicarse porque está ausente una política integral que anime a los involucrados a tomar medidas efectivas de prevención, mientras la ciudadanía se mantiene con la mirada puesta sólo en torno a las víctimas y contagios, a diferencia de los expertos que alertan sobre este nuevo desafío que son las toneladas de desechos tóxicos y que pueden contaminar el medio ambiente sin un adecuado manejo.