CDMEX.- Durante un recorrido realizado por diferentes calles y avenidas de la ciudad, es fácil notar la ausencia de algo a lo que ya nos habíamos acostumbrado en esta gran urbe: el continuo paso de sirenas de ambulancias y patrullas, pero sobre todo el nivel de contaminación que según los expertos consultados, disminuyó hasta en un 60 por ciento, amén de que el ritmo de vida llegó a uno de sus niveles más bajos.
Este caminar lo iniciamos primero en la Basílica de Guadalupe, donde sorprende el bajo nivel de asistencia en las primeras misas de la mañana, mientras que en la Catedral Basílica el panorama es similar; si acaso 20 personas.
Minutos después nos trasladamos a la Plaza de Santo Domingo, para entrar al templo parroquial del mismo nombre, con una asistencia de escasas 20 personas, en su mayoría de la tercera edad.
Recorrimos varias calles donde observamos gran cantidad de locales vacíos, cerrados los más; otros para traspaso y algunos más en renta, de quienes hasta hace unos días lo rentaban para exhibir sus productos de marcas reconocidas.
Sin lugar dudas nos vuelve a llamar la atención el zócalo, que por primera vez en décadas se observa casi vacío, con escasas personas caminando y unos cuantos establecimientos abiertos.
La venta de perfumes también disminuyó, lo mismo que los alimentos que se comercializaban en lugares cerrados y abiertos. Observamos una pizzería, con un solo cliente: quien esto escribe.
Luego, nos trasladamos a la Colonia Aragón Inguarán, allá por la avenida Congreso de la Unión antes de la estación del metro “Talismán”, donde pudimos meditar en un espacioso jardín donde jóvenes y personas adultas lo mismo hacían ejercicio en la parte superior de un kiosko que caminaban por los conductos del mismo, otros más con sus mascotas.
A unos metros del lugar, fuimos con el vendedor de nieve, quien lamentaría que las ventas hayan disminuido a su nivel más bajo después de muchos años, y a pesar de estar en una esquina bien ubicada.
No omitimos la Tacuba, donde se ubica el Centro de Artes más reconocido de la ciudad de México, y donde se hace presente la escritora y periodista aguascalentense Anita Brenner, quien ya no quiere regresar, al menos por unos meses. Dejó un gran legado que aún se le recuerda.
Pero especialmente llama la atención la expresión dicha de quienes son el termómetro “los taxistas”, esos conductores que ahora tienen que trabajar más horas. Y lo más relevante, es que al menos el que abordamos en la terminal del norte para dirigirnos a la Basílica expuso que tardó dos horas para que le tocara pasaje; misma opinión de al menos 5 taxistas más en nuestros traslados que concluyeron que el trabajo bajó en promedio 70 por ciento, que es al final de cuentas lo más relevante y se angustian porque ellos no tienen para donde hacerse, a diferencia de los comerciantes en pequeño a quienes se les ha anunciado que habrá un programa consistente en un millón de micro-créditos para que subsistan.
La tarea de ser taxista no es fácil, es una lucha de héroes que sobreviven ante una ciudad que cada vez se paraliza, mientras que otros ciudadanos, sobre todo jóvenes, recurren al uso de las motociletas, por peligroso que sea, según pudimos observar por más de cuatro ocasiones.
Nuestro peregrinar concluyó en el templo de San Juan Bosco, cuando aprovechamos que hacían la limpieza.
“Ahora son los tiempos de reflexión, de mirar al cielo y de confiar en la Divina Providencia”, le decía una viejecita a otra en ese sacro recinto.
Mañana habrá mayores actividades en esta gran urbe, donde buscaremos los “otros cambios del coronavirus”. Mucho aprendimos en la calle del Parque, pero esa, como decía aquella viejita del comercial de televisión, “esa es otra historia” que no volverá, pero que nos deja una gran lección para no ser tan confiados y estar preparados a ese y otros tantos cambios… sobre todo en esos cambios históricos integrales y estructurales.